Fuente: El País
A Claudia Muñoz le diagnosticaron diabetes gestacional, pero con una dieta y ejercicio logró controlar sus niveles de glucosa sin necesitar insulina. En la revisión de las 40 semanas, todo parecía estar bien. Sin embargo, cuando mencionó la diabetes, la ginecóloga del Hospital General de València cambió su actitud e insistió en inducirle el parto, un proceso por el que se estimula artificialmente el útero para desencadenar el parto a través de la administración de prostaglandinas y/u oxitocina sintética y/o de la rotura artificial de la bolsa de líquido amniótico. No le ofrecieron alternativas ni explicaciones sobre los riesgos o complicaciones. Pasaron 15 horas desde que le administraron la oxitocina hasta que nació su hija.
Durante el proceso fue sometida a diversas intervenciones sin consentimiento previo: rotura de bolsa, presencia de estudiantes en la habitación, maniobra de Kristeller y una episiotomía. “Durante el expulsivo me sentí violentada con tanta gente en el paritorio. La maniobra de Kristeller, que expresamente había rechazado en el plan de parto, fue el remate”. La experiencia afectó al vínculo con su hija, y los primeros días fueron difíciles para ambas. “Al llegar a casa, recuerdo sentarme dolorida en el sofá y preguntarle a mi marido qué había pasado. Nos pusimos los dos a llorar”.
Según los últimos datos oficiales publicados por el Ministerio de Sanidad, entre 2010 y 2018 se incrementó en más de 15 puntos el número de partos inducidos (del 18,61% en 2010 al 34,18% en 2018). “La mayor epidemia que hay en la obstetricia actual en España son las inducciones”, sentencia Ana Polo, matrona que participó en la elaboración de la Estrategia al Parto Normal del Ministerio de Salud, de 2007. Su opinión la corrobora la ginecóloga Charo Quintana, miembro de los grupos elaboradores de las Guías de Práctica Clínica de atención al parto normal y miembro del Observatorio de Violencia Obstétrica. Quintana señala que estamos ante una situación “generalizada en todo el mundo desarrollado”: “En Estados Unidos, por ejemplo, en 2020 se indujeron el 31,4% de los partos, mientras que en 1990 la tasa había sido del 9,5%”.
¿Qué tasa sería la recomendable? La Organización Mundial de la Salud, en su Declaración de Fortaleza (Brasil, 1985) —el primer documento que abogaba por enfoques desmedicalizados en el parto—, señalaba una tasa del 10% para los partos inducidos, al tiempo que recomendaba que la tasa de cesáreas no superara el 10-15%. Unas cifras que, a la luz de los datos actuales, Quintana considera que sería conveniente revisar.
A Dulce Adriá un ginecólogo privado le propuso una inducción del parto por organización: “Me sugirió planificar el parto para que me pudiera atender en la sanidad pública”. Adriá se negó y a partir de ahí cuenta que el ginecólogo empezó a tratarla peor, “como a una listilla”. “En las revisiones empezó a decirme que había poco líquido, que siendo mayor de 40 años sería más seguro inducir en la semana 40, que con lo que me había costado el embarazo cómo me iba a arriesgar a que pasase algo...”, recuerda. Tras estas presiones decidió dejar la consulta y pasar el seguimiento a la sanidad pública con otra ginecóloga. En la semana 40+3 se puso de parto de forma natural y tuvo un parto normal el 1 de julio de 2020.
Una de las causas más importantes del incremento actual de las tasas de inducciones es, según Charo Quintana, la inducción electiva, que es la que se realiza “por razones ajenas a motivos clínicos, es decir, por conveniencia de profesionales o por petición de las propias gestantes y sus familias”. Las preocupaciones de las profesionales asociadas a estas inducciones electivas son, la “posibilidad de incrementar la tasa de cesáreas, la morbilidad neonatal por inducciones antes de la semana 39 y un incremento de los costes”, añade. A estas preocupaciones se suman, para la ginecóloga, las relacionadas con la medicalización del parto, la necesidad de que este transcurra en un hospital —y no en una casa de nacimientos o en el propio domicilio—, la pérdida de protagonismo de la madre y la muy diferente experiencia del parto que puede afectar a la satisfacción materna, a la vinculación con el bebé y a la lactancia materna.
“Solo debería inducirse un parto cuando se considere realmente que los riesgos maternos o fetales asociados a la continuación del embarazo son mayores que los de finalizar la gestación”, señala Charo Quintana. Esta ginecóloga enumera los principales motivos para proponer la provocación: la gestación más allá de las 42 semanas; la rotura prematura de membranas a término —si no se inicia espontáneamente el parto a las 24 horas—; los casos de gestantes con rotura prematura de membranas portadoras de estreptococo del grupo B; los estados hipertensivos del embarazo; la diabetes pregestacional y la diabetes gestacional cuando requiere insulina; la restricción del crecimiento fetal; la infección intraamniótica, o la muerte fetal intrauterina.
Información y consentimiento
Cristina Moranchel ingresó en el hospital Universitario Basurto (Bilbao) para la inducción del parto en la semana 41 por no haberse puesto de parto todavía. Cuenta que no le hablaron de los riesgos o complicaciones ni le plantearon otros escenarios. Solo le dijeron “que había que programar la intervención por estar en esa semana”. El nacimiento de su bebé duró 15 horas. “Al principio todo fluía, hasta que me puse la epidural debido a la intensidad de las contracciones y se torció. Mientras me la ponían empecé a tener ganas de empujar. Al terminar, me hicieron un tacto y estaba de nueve centímetros”. Dice Moranchel que con la epidural se quedó postrada en la cama. La matrona notó algo extraño en los monitores del bebé y sugirió romper la bolsa, confirmando la presencia de meconio. Pasaron varias horas en las que no paró de vomitar y temblar, pero el bebé no avanzaba adecuadamente. “Utilizaron una ventosa, me realizaron una episiotomía y finalmente nació mi bebé”. Sin embargo, su hijo sufrió un neumotórax, por lo que fue trasladado a neonatos, donde permaneció cinco días.
Quintana explica que las inducciones afectan profundamente a la experiencia del parto. “El uso de oxitocina obliga a la monitorización maternofetal continua y la intensidad y frecuencia de las contracciones hacen necesario recibir analgesia epidural”. Esto, asegura, condiciona la movilidad de las mujeres y la posición en el expulsivo, hace necesario mantener un acceso venoso y recibir sondajes vesicales, aumenta el número de exámenes vaginales y la estancia hospitalaria se alarga. Añade la experta que, además, dar a luz suele ser un proceso más largo y doloroso.
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